10 ene 2019

LOS FUSILADOS EN ANGOL


El fusilamiento es la forma de aplicación de la pena capital en que al reo se le ejecuta mediante una descarga de disparos, por un pelotón de fusileros. Si bien la pena de muerte ya no existe en nuestro país, el fusilamiento, fue un medio de matar legalmente. Una de las particularidades del fusilamiento es que las ejecuciones pueden realizarse contra un grupo de personas. Se suele cargar algunas de las armas con salvas, de este modo, se crea un efecto de difusión de la responsabilidad entre los miembros del pelotón, que pueden pensar que el suyo no fue un disparo fatal.
A través de la historia de Angol, son muchos los casos de fusilamientos que existen, casi todos, cubiertos por el mismo velo de maldad  y terror en sus crímenes, como de la compasión del pueblo, ante la consumación de la sentencia.
Los primeros casos de fusilamiento principian desde el año 1871 cuando Angol adquiere el titulo de ciudad y es Comandancia de Armas del Ejército. Un caso muy recordado se dio el 11 de marzo de 1884, a raíz del asesinato del capitán Buenaventura Yáñez, quien hacía el trayecto de Angol a Imperial con los dineros para el pago del Ejercito, acompañado por los soldados José Sandoval y Agapito Guerrero más un tercer cómplice Bruno Rosales, los tres fueron fusilados en el Cementerio de Angol, que se ubicaba en la loma del actual Museo Histórico. Los condenados fueron conducidos a pie al Cementerio y el trayecto iban alegres, conversando, fumando, riendo con los conocidos que encontraban a su paso, en el lugar del fusilamiento el Jefe ordenó presentar armas diciendo “en nombre de la nación, el que levante la voz implorando  gracia para los reos, será pasado por las armas” No bastaron los nueve tiros iniciales para doblegar a los reos, posteriormente se hizo desfilar a la tropa frente a los baleados que yertos y pálidos yacían en sus banquillos. 
Para hacernos una idea, hacia el año 1887, la estadística de la Prisión de Angol, contaba con 10 condenados a la pena de muerte, esperando su cumplimiento. En junio de 1888 se cumplía la sentencia sobre el soldado del 7mo de linea Ángel Villalobos, quien había ultimado a un hombre bajo la influencia del alcohol. Sabedoras del fin que le esperaba al soldado, las Sras. mas prominentes de la ciudad redactaron una carta a la primera dama de la época Sra. Encarnación Fernández de Balmaceda, apelando "a los justificables empeños de una madre, en las resoluciones de su hijo..." Apelaciones que no tuvieron eco en la autoridad, cumpliéndose la sentencia el sábado 23 de junio de 1888. Villalobos fue conducido hasta el Cementerio y ejecutado por un piquete de su mismo batallón, antes de ello el reo pidió hablar, deseo que le fue negado y tomado como acto de gran crueldad. La prensa reflexionaba sobre el hecho "como ejemplo ofrecido a la multitud, la pena de muerte no es mas que un espectáculo bárbaro, propio para endurecerla y de un efecto pasajero y menos eficaz que el aspecto continuo de un criminal sometido por ejemplo a la pena de la celda solitaria..."
Hasta el año 1889 los reos condenados a la pena capital, eran fusilados en la Plaza de Armas o el Cementerio. Desde ese año el Juez de Angol Alejandro Urrutia ordenó el fusilamiento dentro de la Cárcel y en presencia de los demás reos. El primero en inaugurar la nueva costumbre un 15 de julio de ese año,  fue el reo Juan de Dios Basualto, cuando la  Cárcel se ubicaba en la esquina de Prat con Chorrillos.
Un crimen horrible se registró un 18 de  septiembre de 1899, cuando Rudecindo Muñoz, asesinó y violó a una niñita de 18 meses, tras pasearla por ramadas, se la llevo a las montañas de Rucapellan, donde la ultimó;  la  sentencia fue fusilamiento en la Cárcel Publica, un 25 de mayo de 1900, pena que obedecía al deseo de la sociedad ofendida. Del terrible momento la prensa registra “cuando termino la lectura de la sentencia, pidió que se le permitiera rezar, mientras lo hacía con el sacerdote, le fue vendada la vista y se le ató al banco, los cuatro soldados apuntaron, el ayudante de policía dio la señal y sonaron cuatro disparos, el cuerpo sufrió una viva conmoción y otra descarga. Muñoz, el infeliz Muñoz, ese ser incompleto, casi loco, casi tonto, tal vez las dos cosas juntas, había pagado con su pobre vida el crimen mas horrendo que tengamos memoria. Afuera en la calle, frente al presidio, la gente del pueblo esperaba silenciosa una expresión de conmiseración había en ellos, el temor del ajusticiado que su cadáver seria ultrajado por el pueblo era infundado, tal vez antes de morir lo había perdonado ese pueblo que tiene un gran corazón, que se indigna pero que no odia.”
Son algunas de las historias de los fusilados de Angol, sentencia que se ejecutó en Angol hasta mediados de los años cincuenta del siglo pasado.






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