El fusilamiento es la forma de aplicación de la pena capital en
que al reo se le ejecuta mediante una descarga de disparos, por un pelotón de
fusileros. Si bien la pena de muerte ya no existe en nuestro país, el
fusilamiento, fue un medio de matar legalmente. Una de las particularidades del
fusilamiento es que las ejecuciones pueden realizarse contra un grupo de
personas. Se suele cargar algunas de las armas con salvas, de este modo, se
crea un efecto de difusión de la
responsabilidad entre
los miembros del pelotón, que pueden pensar que el suyo no fue un disparo
fatal.
A
través de la historia de Angol, son muchos los casos de fusilamientos que
existen, casi todos, cubiertos por el mismo velo de maldad y terror en sus crímenes, como de la
compasión del pueblo, ante la consumación de la sentencia.
Los
primeros casos de fusilamiento principian desde el año 1871 cuando Angol
adquiere el titulo de ciudad y es Comandancia de Armas del Ejército. Un caso muy
recordado se dio el 11 de marzo de 1884, a raíz del asesinato del capitán
Buenaventura Yáñez, quien hacía el trayecto de Angol a Imperial con los dineros
para el pago del Ejercito, acompañado por los soldados José Sandoval y Agapito
Guerrero más un tercer cómplice Bruno Rosales, los tres fueron fusilados en el
Cementerio de Angol, que se ubicaba en la loma del actual Museo Histórico. Los
condenados fueron conducidos a pie al Cementerio y el trayecto iban alegres,
conversando, fumando, riendo con los conocidos que encontraban a su paso, en el
lugar del fusilamiento el Jefe ordenó presentar armas diciendo “en nombre de la
nación, el que levante la voz implorando
gracia para los reos, será pasado por las armas” No bastaron los nueve
tiros iniciales para doblegar a los reos, posteriormente se hizo desfilar a la
tropa frente a los baleados que yertos y pálidos yacían en sus banquillos.
Para hacernos una idea, hacia el año 1887, la estadística de la Prisión de Angol, contaba con 10 condenados a la pena de muerte, esperando su cumplimiento. En junio de 1888 se cumplía la sentencia sobre el soldado del 7mo de linea Ángel Villalobos, quien había ultimado a un hombre bajo la influencia del alcohol. Sabedoras del fin que le esperaba al soldado, las Sras. mas prominentes de la ciudad redactaron una carta a la primera dama de la época Sra. Encarnación Fernández de Balmaceda, apelando "a los justificables empeños de una madre, en las resoluciones de su hijo..." Apelaciones que no tuvieron eco en la autoridad, cumpliéndose la sentencia el sábado 23 de junio de 1888. Villalobos fue conducido hasta el Cementerio y ejecutado por un piquete de su mismo batallón, antes de ello el reo pidió hablar, deseo que le fue negado y tomado como acto de gran crueldad. La prensa reflexionaba sobre el hecho "como ejemplo ofrecido a la multitud, la pena de muerte no es mas que un espectáculo bárbaro, propio para endurecerla y de un efecto pasajero y menos eficaz que el aspecto continuo de un criminal sometido por ejemplo a la pena de la celda solitaria..."
Hasta el año 1889 los
reos condenados a la pena capital, eran fusilados en la Plaza de Armas o el
Cementerio. Desde ese año el Juez de Angol Alejandro Urrutia ordenó el
fusilamiento dentro de la Cárcel y en presencia de los demás reos. El primero
en inaugurar la nueva costumbre un 15 de julio de ese año, fue el reo Juan de Dios Basualto, cuando
la Cárcel se ubicaba en la esquina de
Prat con Chorrillos.
Un crimen horrible se
registró un 18 de septiembre de 1899,
cuando Rudecindo Muñoz, asesinó y violó a una niñita de 18 meses, tras pasearla
por ramadas, se la llevo a las montañas de Rucapellan, donde la ultimó; la
sentencia fue fusilamiento en la Cárcel Publica, un 25 de mayo de 1900,
pena que obedecía al deseo de la sociedad ofendida. Del terrible momento la
prensa registra “cuando termino la
lectura de la sentencia, pidió que se le permitiera rezar, mientras lo hacía
con el sacerdote, le fue vendada la vista y se le ató al banco, los cuatro
soldados apuntaron, el ayudante de policía dio la señal y sonaron cuatro
disparos, el cuerpo sufrió una viva conmoción y otra descarga. Muñoz, el
infeliz Muñoz, ese ser incompleto, casi loco, casi tonto, tal vez las dos cosas
juntas, había pagado con su pobre vida el crimen mas horrendo que tengamos
memoria. Afuera en la calle, frente al presidio, la gente del pueblo esperaba
silenciosa una expresión de conmiseración había en ellos, el temor del
ajusticiado que su cadáver seria ultrajado por el pueblo era infundado, tal vez
antes de morir lo había perdonado ese pueblo que tiene un gran corazón, que
se indigna pero que no odia.”
Son algunas de las
historias de los fusilados de Angol, sentencia que se ejecutó en Angol hasta
mediados de los años cincuenta del siglo pasado.
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