10 abr 2020

LA EPIDEMIA DE COLERA EN ANGOL.



Nuestro país y nuestra ciudad han cambiado drásticamente su devenir durante las últimas semanas. Comercios, Escuelas, Liceos y Oficinas públicas cerradas, cuarentena en los hogares, toque de queda nocturno y una ciudad casi desierta por el día, todo ello unido a un temor cada vez más certero de la muerte. Un estrés que no se veía por Angol hace exactamente 133 años, cuando la epidemia de Cólera se presentó en nuestra ciudad.

En la Historia se conocen las epidemias de cólera de 1830, 1846, 1865* *y 1883. La de 1830 por vez primera invadió Europa, en Astrakán en 1823, principiando en Bengala en 1817. Desde ella se estuvo escribiendo en los periódicos chilenos con temor de que nos invadiera, junto con la fiebre amarilla. Don Andrés Bello fue quien por primera vez, comenzó a publicar en *El Araucano *sobre escarlatina y cólera, diciendo en uno de sus artículos: "el cólera no es probable que se presente en Chile, atravesando mares inmensos, ni que aparezca en el interior antes de haber visitado los puertos. Si este azote ha de recorrer la tierra, será Chile, según el orden natural, uno de los últimos países que lo sufran. Nuestro comercio es limitado; nuestra población escasa y esparcida; y si aparece en un punto, hay aquí más facilidad para aislar el mal y atajar sus progresos que en la mayor parte de las otras naciones del globo". No obstante los cordones sanitarios, medida tan inútil como costosa y de confianza engañosa, el cólera adquirió alarmantes caracteres epidémicos: llegó a Valparaíso y el 15 de enero de 1887 estalló en Santiago.

Con el objeto preciso de asegurar la necesidad de acción y el cumplimiento de las medidas que se adoptaron para evitar la propagación del cólera, el gobierno creó el 7 de enero 1887 un comité ejecutivo para Santiago. Es curioso anotar que en un comité ejecutivo de medidas sanitarias, compuesto de nueve miembros, uno sólo fuera médico, el doctor José Joaquín Aguirre, decano de la Facultad de Medicina.

Las medidas que se tomaron ante su probable llegada las autoridades angolinas, fueron la instalación de los baños públicos auspiciados por la autoridad; ramadas junto al rio Picoiquen, a1 sur del cuartel de Policía. Un año antes se organizó la primera, Cruz Roja de Angol, juntamente con repartirse pública y gratuitamente los "papelillos del Dr. Castaño, muy populares en el país.
Al terminar 1887, el cólera se había propagado por el norte hasta Freirina y por el sur hasta Valdivia. La epidemia llegó a Angol en agosto de 1887, y no fue tan terrible como en las ciudades vecinas: Los Ángeles se convirtió en un cementerio, y en Los Sauces fallecían diez personas al día, mientras que Traiguen 30 personas diarias. La ignorancia de las personas era mucha y no se podía encontrar las causas de la enfermedad, según los principales médicos la principal sospechosa era la fruta, muchos campesinos perdieron sus cosechas especialmente de peras, duraznos y sandias. Se aconsejaba comer solo fruta cocida, pero las muertes continuaban su inexorable camino. La Iglesia también reflexionaba sobre el azote del cólera, el párroco local afirmaba que era un “flajellum irae Dei”, ya que se habían cometidos pecados públicos, fraguando inicuas leyes, pervirtiendo a la juventud con una educación anticatólica esparciendo por doquier escritos impíos e inmorales.”

El doctor de la ciudad por esa época Sr. Patiño Luna se encargaba de monitorear permanentemente a la población en cuanto a detectar cuanto antes la aparición del flagelo. El primer caso se dio en agosto de 1887, y hacia fines de ese año el cólera tenía un promedio diario de 50 casos nuevos y 148 fallecidos solo en la ciudad a mediados de mes. Para el verano de 1888 la epidemia no mermaba, y desde la prensa aconsejaban no comer frutas y tampoco ensalada de porotos verdes.

Se estableció un Lazareto para los coléricos que estaba ubicado a Orillas del Rio Vergara e inclusive se sepultaron allí muchas víctimas, y otros cadáveres eran conducidos hacia una quebrada camino a Vegas Blancas por el Rosario, donde eran literalmente arrojados a una fosa común natural e inaccesible. El Lazareto era atendido por voluntarias de la Cruz Roja, el tratamiento consistía en suministrar sulfato de cobre para aliviar los vómitos y deyecciones de los enfermos, la utilización de medicamentos como “calomel” como acción antiséptica; la enteroclisis tánica y hipodermoclisis entre otros tratamientos; también existía un sublimado corrosivo para tratar la enterocolitis, y para el lavado de manos del personal, que entre otras medidas de higiene debían rociar las habitaciones con ácido fenico; además de desinfectar sabanas y telas de los fallecidos en solución con cloro, los utensilios metálicos lavados en cloruro común, y elementos de vidrio o loza en soluciones de ácido sulfúrico. Los cadáveres eran sepultados  previo baño de cloro y envueltos en tela mojada por cloruro de cal o una solución de sulfato de cobre. Si el enfermo fallecía en su casa, todas sus pertenecías eran quemadas y la casa era limpiada con sulfato de cobre. De gran ayuda en el Lazareto fue el trabajo del doctor Carlos Herrera Portales quien venía de trabajar en el Lazareto de coléricos de Concepción.

Poco a poco se fue apagando esta epidemia de cólera, que asoló a varias provincias del territorio nacional. A raíz de lo sucedido, el gobierno creó el 19 de enero de 1889 el Consejo Superior de Higiene Pública. Aun cuando continuó únicamente como un organismo consultivo, esa ley tuvo la ventaja de permitir la creación del Instituto de Higiene, que tantos servicios prestó a la comunidad y que con el correr de los años se transformó en el Instituto Bacteriológico, hoy Instituto de Salud Pública.