20 oct 2014

LA CIUDAD BAJO LOS ARBOLES.



Si hablamos desde una perspectiva histórica, tal vez uno de nuestros mayores defectos como angolinos es no valorar lo que tenemos; este pequeño detalle puede tener su origen en la preferencia de unos por las grandes ciudades u otros que no evitan las  comparaciones odiosas de la oferta que en muchos ámbitos ofrecen las grandes metrópolis. Esta conducta ha mermado históricamente la idiosincrasia del angolino, a tal punto que se sufre una miopía cultural, si se le puede así llamar, al defecto de no apreciar todo lo que ha ofrecido esta ciudad de Angol a lo largo de su historia. Lo contrario dicen apreciaciones de viajeros que en distintas épocas:

”Su aspecto alegre y sus calles bien arregladas sorprenden al viajero que por lo general espera encontrar en estos parajes despoblados un hacinamiento de ranchos o de viejos edificios, separados por una o dos calles mal delineadas. El barrio principal,  que esta al S.O. de los ríos Rehue y Picoiquen se encuentra dividido en 128 manzanas, el otro barrio  que más tarde será el principal por quedar en él la Estación de Ferrocarril en el día cuanta con una calle ancha y espaciosa” Este relato de 1874,  destaca la belleza de la ciudad ordenada, limpia, con edificios modernos, característica que se relaciona con los múltiples terremotos que obligan a remodelar la ciudad.

En 1905 un Periodista afirmaba”Angol tiene vida propia ya que existen a su alrededor fértiles campos y espesas montañas. Esta ciudad es el Edén de la Frontera, su Plaza esta plantada de viejos olmos que la dejan en una penumbra fresca los más ardientes días del verano, sus calles tienen hermosos acacios. Saliendo de la ciudad la Industria Agrícola es más adelantada y moderna que en el Chile Central”

En 1922, otro viajero señala, “Angol es suave y apacible, fresca y perfumada, nunca los rayos del sol hieren directamente y el viento llega hasta el hombre convertido en brisa ligera. Acá se ha realizado el sueño de Gedeón, que quería edificar las ciudades en los campos; y no es una calle ni dos, son todas las innumerables calles de Angol, que se deslizan rectas o torcidas bajo el follaje espeso. Ahí la fruta se da de este lado de los muros, y si uno logra distraer la vigilancia del guardián, puede con solo estirar la mano deleitarse comiendo los más jugosos y dulces duraznos del mundo. En este pequeño paraíso  solo falta el árbol de la ciencia del bien y el mal, la gente es buena, sencilla y amable. Todo invita a la calma, ponderación y suavidad. Es una ciudad sedante, donde las preocupaciones no arrugan el ceño de día, ni causan insomnio en la noche. No tiene edificios ruinosos, los arboles velan las fealdades y desnudeces fiscales.  Si el clima de Angol lo permitiera, yo me habría irritado con la insoportable modestia de sus gentes” 

Parece que tenemos tanto que agradecer a nuestra ciudad,  mantiene inalterable muchas de sus bondades históricas, su clima, su gente, su arquitectura. Como no querer a la ciudad que vive bajo los árboles. 

CALLE BUNSTER, ENTRE CAPUPOLICAN Y LAUTARO, AÑO 1920

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