Nuestra ciudad, tantas veces destruida en la época Colonial y
vuelta a repoblar, bien podría decirse
que después de eso ha debido renacer de
las cenizas nuevamente al menos en tres oportunidades, proceso que acrecienta su fama de Ave Fénix de la Frontera.
Y me refiero con ello a otra
destrucción, pero ahora en manos de la naturaleza.
La apacible tranquilidad angolina
se sacudió de pronto un 24 de enero de 1939 a las 23:35 horas, con un terremoto
de una intensidad de 7,8 grados Richter.
Fue entonces el momento en que el Angol de adobe comenzó otra vez a
ceder, el menaje fue lo primero en caer, las tejas de las casas producían un
ruido ensordecedor, los gritos de incontables vecinos, el polvo y luego el
silencio… seguido de gritos lastimeros.
Las víctimas fatales fueron por
suerte un par de decenas, los heridos derivados al maltrecho hospital. En tanto
una Comisión de Arquitectos verificó que la ciudad quedo en pésimas
condiciones, la mayoría de las casas sin techos. Muchos edificios de la época se desplomaron:
la Comisaria de Carabineros, el Centro Social de Empleados, el Centro Social de
Panificadores, la Pastelería Garrido, el
Juzgado, la Cárcel. Otros con graves daños tuvieron que ser demolidos
tiempo después, tales como el Templo
Parroquial La Matriz que fue reparada y demolida en 1947, peor suerte corrieron
el Hotel Savoy, el Asilo de Ancianos, la Panadería Francia, la Panadería Colon,
el Hospital, el ex Edificio de Correos,
la Caja de Seguro Obrero, el Liceo de Hombres, el Hotel Galán, el Teatro
Municipal, que hubo que demoler. Los servicios se trasladaron a la Escuela N° 1
y el Liceo de Niñas edificios menos golpeados.
Se construyeron tres galpones con
capacidad para 500 personas cada uno, a fin de amparar a los que quedaron sin
hogar; se fue en ayuda de casos de indigencia y se fijaron precios máximos para
artículos de primera necesidad como harina, azúcar, etc. Se estipulo la pena de
azote para los especuladores de estos productos; se cerraron las cantinas y botillerías para
evitar la ebriedad de los obreros que se necesitaban en las faenas; se obligo a
las fabricas de ladrillos y tejas a trabajar en máxima capacidad para la
reconstrucción. Las noticias del terremoto llagaban a través de telégrafo y de
la prensa, la Empresa Gasparini convirtió la cancha de tenis del Liceo de Niñas
en improvisado cinematógrafo exhibiendo la cinta “Chillan, la Mártir” en donde los angolinos pudieron ver la magnitud
de la tragedia en esa ciudad, y a pesar
de estar severamente dañados, aún tuvieron solidaridad enviado ayuda, así
también a Concepción. Para evitar que se repitiera la historia, la presa de la época aconsejaba construir con la noble
madera que había soportado el movimiento antes la débil fortaleza del hormigón…
pero a veces la Historia se olvida.
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